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martes, 14 de febrero de 2012

25 de Marzo


DonDrapper sabe vender. Tal vez no leyó a Verón ni a Eco. Quizás la palabra ‘semiosis’ le sea indiferente y el término ‘palimpsesto’ le resulte un poco afectado. Pero hay una afirmación que sería irrefutable hasta para el mismo Don Drapper: Don Drapper sabe vender.
Si nunca nos preguntamos por los hombres de la avenida Madison del título es porque entendimos todo tan bien o tan mal como Drapper quiso que lo entendiéramos. Las diferencias no son sutiles-o sí-; pero, ¿cuándo la publicidad se distinguió por las sutilezas?

En los últimos días una serie de hombrecitos –premisa literalmente aguda- tan icónicos como irreales irrumpió en los subterráneos newyorkinos. Bah, uno. Siempre el mismo, repetido en una serialidad inalterable, y siempre sobre el mismo vacío.
Algunos ya se lanzaron –más irresistible literalidad- a hablar de minimalismo. Y ningún análisis semiológico de bolsillo se olvida que una imagen vale más que mil palabras. El backup es irreprochable, y el anclaje y relevo se cumplen al pie de la letra. La sutileza pasa por otro lado: una mirada más profunda ve más que blanco, y la obra abierta deja de serlo por defecto para exasperar definiciones con montañas y remolinos, inmensos mares o secos martinis. En la expresión popular, de Metrópolis a Ciudad Gótica hay una sola estación. Se llama apropiación.

Los tiempos -y estragegias publicitarias- pueden haber cambiado desde los '60, pero lo más importante es siempre el producto. Don Drapper lo sabe, porque sabe vender. Al parecer, de cualquier modo, la caída es inevitable.